Imaginen arriesgar su vida con la esperanza de poder lograr el Sueño Americano. Luego, al llegar, terminan trabajando doce horas al día, seis días a la semana, y con el temor constante de ser deportado y enviado de regreso al país del que decidieron partir. Tal es la vida de mi amigo, un trabajador de una granja lechera local de Vermont quien amablemente permitió que lo entrevistara y contara su historia para que sea conocida. Por razones de seguridad, ha pedido que su identidad permanezca en el anonimato y por esta razón me referiré a mi amigo como José.
Hace poco menos de un año y medio, José partió de su amada Chiapas, México, y embarcó en un viaje del que no estaba seguro regresaría. Como él mismo dijo: “es un sacrificio, pero lo hago por mi familia”. Sin embargo, ésta no era la primera vez que se embarcaba en un viaje así. Entre el 2003 y el 2004, José ya había cruzado la frontera para trabajar en granjas en los estados de Washington y Florida, recogiendo manzanas en el primero y naranjas en el segundo. Por motivos personales, regresó a México un año después, pero su situación económica en el 2019 no le dejó otra opción que regresar una vez más a los Estados Unidos. Sabía que regresar era la única forma en que su familia podría salir adelante en la vida recibiendo el apoyo financiero que necesitaban desesperadamente (incluso si eso significaba dejar atrás a su esposa, a cuatro hijos y a dos nietos).
Al intentar reingresar a los Estados Unidos en 2019, José pasó 21 días escondido en la frontera, luchando contra el hambre y la sed extrema. En un momento, José contó que pasó más de una semana sin comer siquiera una comida al día, sin agua, rezando para que la policía de fronteras no lo encontrara. La carga física que José soportó no fue el único precio que tuvo que pagar para regresar. Para poder ser introducido de contrabando en el país exitosamente, José tuvo que pagar a los conocidos como “coyotes”, o personas que los migrantes contratan para ayudar a guiarlos a través de la frontera. José me dijo que se requerían dos tarifas para que los coyotes lo ayudaran: una tarifa inicial de 60,000 pesos mexicanos para llevarlo hasta la frontera, seguida de un pago de 120,000 pesos una vez que estuviese del otro lado. La conversión a dólares estadounidenses es de aproximadamente $ 8,716.52, una cantidad impactante considerando que no hay certeza de que el cruce será exitoso o no, o que incluso regresará con vida. Para agregar algo en el contexto, en México el salario mínimo diario es de casi 142 pesos diarios (alrededor de 7 dólares), y esto solamente en un trabajo formal; los vendedores ambulantes o los agricultores locales podrían ganar incluso menos. Este pago total de 180.000 pesos podría ser el ahorro de toda la vida de una persona, lo que representa cuán vital y urgente es realmente su intento de ingresar a los Estados Unidos.
Al preguntarle a José si era feliz aquí en Vermont, su respuesta inmediata fue “Si, gracias a Dios”, seguido de una explicación sobre su capacidad para mantener a su familia de la manera que él pretendía. Dicho esto, dejó en claro que los años no pasan en vano y que pronto le resultará difícil mantener este trabajo tan arduo e intensivo. Afortunadamente, José mencionó que no tiene problemas con su jefe y que puede ganar lo suficiente para enviar a Chiapas remesas mensuales. Los trabajadores migrantes a menudo enfrentan casos de abuso (verbal y físico) muy desafiantes en ciertos entornos de trabajo, por lo que fue reconfortante escuchar que él no tuvo que enfrentarlos aquí en Vermont. Dicho esto, el costo emocional de José no es fácil, ya que también señaló que vive una vida bastante solitaria. A pesar de tener familiares lejanos que viven a menos de veinte minutos en coche, José opta por ni siquiera verlos. Prefiere no usar el dinero que tendría que gastar para que alguien lo lleve a ver a sus parientes y así ahorrar para su familia. En lugar de encontrarse con amigos, en su día libre José duerme, mira partidos de fútbol y llama a sus hijos, y solamente al escuchar sus nombres sonríe de oreja a oreja.
José planea quedarse en Vermont por 3 años más antes de decidir si es hora de regresar a México. A pesar de su agotador horario de trabajo y su inconcebible y difícil relación a larga distancia con sus seres queridos, es admirable ver cómo José conduce su vida. Lucha duro, con una inquebrantable dedicación a los que más ama, sin importarle lo difícil de su situación actual. La historia de José es notable, similar a la de aproximadamente 1,200 trabajadores migrantes indocumentados que mantienen viva la próspera industria láctea de Vermont. Aboguemos por el bienestar de todos aquellos que hacen posible que haya comida en nuestros platos y mantienen pujante nuestra economía local. Y la próxima vez que compre un galón de leche, beba su latte o se trague su Ben and Jerry’s, recuerde que alguien arriesgó su vida para poner ese producto lácteo en sus manos.